Hay vinos que son definitivamente “sexy”, que no deben confundirse con algún siniestro brebaje con supuestos efectos afrodisíacos. Se trata de caldos elegantes y equilibrados, sedosos, de bello color rubí y aromas insinuantes. Nada de esas narices obesas que bien merecerían los rigores de un gym, esos bouquets manipulados por algún cirujano plástico de la enología. Nada es obvio en un vino sexy, porque nada que sea obvio es sexy. Estamos en el reino de las sugerencias, de las asociaciones y el refinamiento. La primera vez que escuché esta expresión fue de la boca del amigo Robert Parker, en una cata de bordeleses, para referirse al Chateau Latour 1961, la joya de la corona de la venerable casa de Pauillac a lo largo del irregular siglo XX. Aunque, para el paladar de este cronista, es a Borgoña a donde hay que ir si queremos conocer el escurridizo significado de la expresión. Nombres como Musigny, Charmes Chambertin, el Clos de Vougeot de Confuron-Cotetidot y así hasta llegar al sexy entre los sexy, el distante Romanée Conti. Mi más reciente experiencia ha sido con el AUXEY-DURESSES “LES DURESSES” LEROY 1999, un año que produjo los vinos con mayor dulzura de las últimas décadas. Porque esta es una condición de lo sexy en la báquica bebida. Un inquietante combinación de dulzor y acidez que excita el paladar en toda la húmeda superficie de su topografía. Y se excita no sólo el paladar sino todos los sentidos. Porque no puede considerarse sexy algo que no produzca estos efectos. Lo que nos excita a menudo comienza por los ojos y no se detiene hasta llegar a la boca. Y así es este Leroy que comentamos, decadente en su colorido y largo, complejo y sugerente al llegar a los labios.
Fuente: Prodavinci.com
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