No es la primera vez que vengo a Saint Martin y siempre invitado por el querido doctor Jerry Murphy. Llegamos huyendo, él del frío ártico de Filadelfia y yo de Nicolas Sarkozy y sus actos de prestidigitador para salvar la finanzas privadas de Francia. Marigot tiene un encanto especial que me hace anhelar las invitaciones del doctor Murphy. Un clima estupendo, dos playas escondidas, bellas casas, reducida afluencia de turistas en esta época. Y, lo mejor, buenos productos traídos de la metrópolis e inmejorables cavas. Los jueves llegan los pescados en el más esperado de los vuelos de Air France.
Ya en horas de la tarde, con suerte, podemos encontrar dos joyas de los mares del norte: el lenguado de Dover y las langostas azules de Bretaña en la estación. Esta es una poderosa razón para pernoctar en Marigot los jueves. La otra es para estar aquí todos los días. Se trata de “La cave de Marigot”, una licorería, como la llaman en Venezuela, donde proliferan los grandes vinos de Francia. De dos botellas se aferra el doctor Murphy para la cena: un PULIGNY-MONTRACHET PREMIER CRU “LES CHALUMEAUX” MATROT 2003, para el lenguado, y un VOLNAY PREMIER CRU “CHAMPANS”MARQUIS D’ANGERVILLE 2001, para la langosta.
Para el lenguado escogimos una sencilla salsa holandesa, sencilla y complicada, como todas las cosas (y la gente) sencilla o que aparentan serlo. Aparte de los ingredientes (mantequilla Echire, buenos shallots, huevos “fermière” o de pica tierra, en la simpática expresión venezolana). El secreto radica en la manera de verter la manteca derretida. Primero a gotas, luego a gotas más gordas y, en fin, en forma de dorado hilo dorado que se incorpore, como una melodía de Vivaldi, a los huevos batidos. Pocas cosas mejores para nuestro blanco, producto de la experiencia y sabiduría de Thierry Matrot, el soixanthuitard encargado del milagro. De inmediato, al abrirlo, los olores inconfundibles a pera Williams (”la única pera que vale la pena”, Murphy dixit), que va dando paso a una complejidad aromática que incluye la maracuyá colombina, que no es la misma parchita, duraznos, azaleas y rosas blancas. Aunque la acidez del millésime 2003 no es de las más logradas (demasiado calor), esta pequeña caída se compensa con una legendaria riqueza frutal. “Los mejores vinos que he producido en mi vida”, nos dijo Thierry y no puedo sino estar de acuerdo. Cada botella, de las muchas que he abierto, es distinta a la otra. Una experiencia nueva, como cada vez que hacemos el amor con la mujer deseada. Chalumeaux es una pequeña parcela de Puligny, vecina a Le Camp Chanet, que produce estos blancos amielados, con carácter, pero dulces y llenos de ternura.
La langosta “à la manière de Louis”, como la llamó mi anfitrión, va salteada en una salsa típica provenzal (”odio la mantequilla en la langosta”, una arbitrariedad más de mi acompañante) que estimula y complementa los perfumes del crustáceo y sus sabores de mar frío. El VOLNAY resultó el acompañante ideal. Elegante y sedoso, como todo lo que sale de las manos del marqués D’Angerville, el hijo del legendario Jacquie D’Angerville, que llevara al VOLNAY a ser una de las apelaciones más codiciadas de la Côte de Beaune. Su acidez, joven y vibrante, “comm’une femme de trent’ ans”, en la expresión de Balzac, penetró en la untuosidad de la salsa, resaltando el mundo del ajo y excitando la carne blanca, tibia y turgente llegada de la distante Bretaña. Al final, un par de TRINIDAD COLONIALES y sendos vasos de ANIVERSARIO, nos llevaron a considerar un próximo jueves en Marigot, en fecha no muy lejana.
Fuente: Prodavinci.com
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