lunes, 8 de junio de 2009

Il boccon divino: Champagne Moutard

Por F. Point “Este es uno de los secretos mejor guardados de Francia”, nos dice Ed McCarthy, mientras el “gordo Louis” abre una botella de CHAMPAGNE MOUTARD SIX CÉPAGES en su concurrido local de rue de Vertbois. “Es una combinación única de seis cepas tradicionales de la región; algunas convencionales, como Chardonnay, Pinot Noir y Pinot Meunier, pero las otras tres están casi en vías de extinción: Arbane, Pinot Blanc y Petite Meslier”, prosigue el autor de Wines for Dummies.

“Excellent”, sentencia Louis mientras llena las sedientas copas del grupo de amigos convocado por el abogado newyorkino Andy Rawls para almorzar con el Marqués D’Angerville (”No me llamen marqués, s’il vous plait, mi nombre es Guillaume”). El resultado de la insólita combinación es un espumante de rara nariz y profunda, con sus aromas a manzanas verdes, pan tostado y duraznos, que parecen emanar de las diminutas burbujas cuando alegremente ascienden a la superficie. Un vino seco, “sharp”, como diría McCarthy, y limpio, como el amanecer en el trópico. Largo y redondo en la boca, con un dejo de agradable amargo al final, “un dejo”, en la expresión de Mia Farrow. “Très elegant”, comenta Guillaume D’Angerville. Pero, sobre todo, una experiencia rara en el arte de ingerir burbujas, una constatación más de que el mundo de la champaña es el menos conocido de todos los viñedos de Francia. Más cerca, si se acepta la comparación, de una “Bollinger Cuvée Winston Churchill 1990″ que de la “Dom Perignon” del mismo año. Quiero decir que hay algo de masculino en su estructura, quizá no tan sexy como DP, pero abundante de finesse. “El productor, François Moutard, va a hacer una presentación mañana en Galerías Lafayette”, nos revela Ed, al tiempo que da cuenta de las últimas gotas del exquisito “brut” y llega la escuadra de Louis con una torre de foie gras y los gigantes caracoles de la casa.

Y al día, siguiente, a comienzos de esta primavera, estaba yo en la “cave” de las Galerías para saber más del recién descubierto champagne. Monsieur Moutard es un hombre cordial, algo tímido, pero de una ingeniosa inteligencia y sonrisa fácil que llena su rostro enrojecido, como el de todo “vigneron” que se respete. Sobre el mostrador, toda las “cuvées” de la casa Moutard, como la “Grande Réserve”. Una champaña que habría de ser calificada por la Revue du Vin de France” por encima de otras BSA (Brut Sans Année) tan conocidas como Moët Chandon, Taittinger, Philipponat, Veuve Clicquot, Mumm, Laurent-Perrier, Pommery o Perrier-Jouet. Al lado de la “GR”, la “Six Cépages” o la aún más rara “Vieille Cépage Arbane” o la “parcellaire” “Champ Persin”, entre una y otra, la “Brut Rosé Cuvaisson”. Que se me reveló como una de las mejores rosadas en el competitivo mercado de las rosadas “non millesimés” y la más accesible por su precio. Cuando me toca hablar con Monsieur Moutard se lo digo y me responde con una enigmática sonrisa. ¿Ya lo sabía? ¿Pensaba que yo estaba exagerando? ¿O simplemente se reía con bondad de mi descubrimiento tardío de la redondez de la tierra? Algo que todavía no he descifrado, a pesar de repetidos encuentros y mi visita al desconocido villorrio de Buxeuil, en La Côte des Bar, donde tiene su sede la firma. Se trata de un “rosé” 100% Pinot Noir que de un modo, que me gustaría llamar “impresionista” ,reitera las virtudes de su hermana mayor, “Six Cépages”, más cubista, a lo Juan Gris. Es más un vino rosado, algo como un Bandol, con burbujas, que una rosada convencional. Un caldo directo y armónico, aterciopelado, como los senos de la mujer amada, sin concesiones a las cenas de compromiso o el aperitivo apresurado. Un gran vino para grandes comidas: un foie “poêlé” con su reducción de cerezas negras, una “cornish hen” enmantequillada, con todo el colesterol que sea necesario, o unas ostras turgentes y húmedas. “No dejo de pensar en un ‘Monté de Tonnerre’, de Louis Michel, por su vibrante mineralidad”, le comento al productor. “No tendría nada de raro”, me responde, La Côte des Bar queda al sur de Champaña y compartimos el mismo suelo de Chablis.” Que lo caracteriza su alta calcareidad, un gusto casi metálico, que no se ausenta de ninguna de las “cuvées” Moutard. Incluso esta “rosé” que, como todas las grandes experiencias de la vida (el sexo, la comida, los vinos y los sueños) es peligrosamente adictiva. Incluso después de la magnun de “Rosé Cuvaisson” que, entre Monsieur Moutard y el cronista, desaparecimos para acompañar el “tartare à l’ancienne”, las “grenouilles à la crème” y el “confit de canard” de nuestro prolongado almuerzo en las cercanías del improbable Buxeuil. Gracias al buen amigo Ed McCarthy he sentido los alcances de una epifanía al acceder a uno de los secretos mejor guardados de Francia.

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